jueves, 15 de diciembre de 2011

La insurrección de la Nika y la Renovatio Imperii: presupuestos ideológicos, base social y consecuencias económicas





La ideología de la Renovatio Imperii es una formulación que responde a unos sentimientos extendidos entre amplias capas de la población de la Pars Occidens (sobre todo entre el elemento senatorial urbano y sectores vinculados con la administración) y en parte del gobierno del Imperio de Oriente, que intelectualmente juega al juego de la continuidad imperial en Occidente-.

De hecho, el sentimiento de romanitas se encuentra -en el siglo VI- ampliamente extendido en Occidente y en Oriente es correspondido por la ideología oficial del gobierno imperial -según la cual el Imperio no se hundió en Occidente sino que los bárbaros gobiernan allí en nombre del emperador de Oriente- y por parte de la intelligentsia de Constantinopla (por ejemplo, es el caso del escritor Juan Lido, contemporáneo de Justiniano). Estos sentimientos son aprovechados por la administración justinianea para realizar, precisamente, una política en consonancia con ellos (fuese sincera o interesada).

La idea de lo romano          

Entre la población de la Pars Oriens la conciencia de romanidad se encuentra tanto o más extendida que entre sus homólogos occidentales -de hecho, en Oriente, el pueblo no duda en absoluto de su carácter romano -hasta el punto que en pleno siglo XII cuando irrumpen los turcos en Anatolia la denominan “Rum”, pues los habitantes de aquel territorio se llamaban a si mismos romanos-, no obstante, si en principio no se oponen a la política imperial de Recuperatio (y nunca lo harán desde un punto de vista ideológico) si que lo harán desde que esa política expansiva comporta un claro perjuicio jurídico (recorte de derechos) y económico, que se deja sentir en la disminución de las prestaciones y en un aumento -cada vez más desmesurado- de los impuestos, pero -por encima de todo- será la sensación de “injusticia”, de “violentar los derechos del demos”, más que la privación en sí misma, el  catalizador de la protesta.

Así se entienden, por ejemplo, la disminución de los espectáculos públicos, se interpreta como un ataque directo a las facciones y un recorte de los derechos políticos del demos urbano, y como un recorte arbitrario, por lo tanto es una “injusticia”, y ante la “injusticia” la capacidad de movilización aumenta.

La política exterior de Justiniano: una de las dos vías tradicionales de Constantinopla

Cuando Justiniano alcanza el trono en 527 no era, en principio, especialmente previsible que la política de Constantinopla respecto a los reinos germánicos fuese a variar en relación a la que se venía realizando desde Anastasio I que, en términos básicos, pude definirse como de “coexistencia pacífica”. Sin embargo, el que no fuese especialmente previsible no significa en absoluto que no fuese previsible, de hecho, existían varios elementos que indicaban que era perfectamente posible el llevar adelante una política de reconquista de la Pars Occidens.

Por un lado, como ya se ha indicado, existía un fuerte sentimiento de romanidad en amplias capas de la población occidental (y también un sentimiento de “superioridad romana” en la oriental), sobre todo en las élites de la misma, que era susceptible de ser aprovechado por el emperador romano de Oriente; de hecho, esas mismas élites “romanas” volvían -en numerosas ocasiones- la vista hacia el emperador, tanto en solicitud de ayuda como en espera de su reincorporación -manu militarii- al Imperio.

De esta situación eran también conscientes los monarcas germánicos y por ello se cuidaban mucho en mantener la ficción de que gobernaban en nombre del Imperio, en el Imperio y en nombre del emperador de Constantinopla (como magistrados romanos), de hecho, incluso se puede citar una declaración de lealtad a ultranza al emperador de Constantinopla por parte de un príncipe visigodo, textualmente y siguiendo a Jordanes esta afirmación sería: “El emperador, sin duda alguna, es Dios sobre la tierra. Quien eleve su mano contra él se hace indigno de vivir” [1], no es de extrañar, pues, que el emperador decidiese ejercer en la práctica un poder que se le reconoce expresamente.

En cierta medida, la situación jurídica de los reinos germánicos del siglo VI es un tanto esquizofrénica, en teoría esos reinos -como tales- no existen, los reyes germánicos son reyes de sus pueblos germanos no de sus súbditos romanos, a éstos los gobiernan en calidad de patricios romanos que, teóricamente y como ya se ha mencionado más arriba, reconocen la autoridad y gobiernan en nombre del emperador oriental. Sin embargo, esa misma ficción será hábilmente manipulada por Justiniano en otro sentido: puesto que él es el único emperador del único Imperio, bien puede hacerse cargo directamente de “sus” territorios occidentales (de los que se considera legítimo monarca).

Además, el sentimiento de romanidad implica también un sentimiento de exclusividad tal que las capas de población germanas -muy minoritarias- asentadas en Occidente no tienen posibilidad alguna de integrarse en el tejido social en el que conviven (al menos mientras exista esa romanitas [2]entre las élites de la sociedad occidental), ésto lo refleja claramente P. Brown, cuando dice: “Se hallaban estigmatizados como hombres de guerra, infectados por la <<ferocidad de alma>> en medio de las <<ovejas del Señor>>, amantes de la paz. Eran, además, herejes, pues las tribus danubianas habían aceptado el recio cristianismo arriano de aquella región.

Los bárbaros asentados en Occidente se sintieron poderosos e inasimilables. Se hallaban recluidos entre murallas de odio silencioso. No podían <<destribalizarse>> incluso aunque lo hubieran deseado, puesto que como <<bárbaros y herejes>> eran hombres marcados” [3]; igualmente F.G. Maier hace un buen resumen de la situación entre germanos y romanos: “Pero en la mayor parte de los reinos surgidos tras la invasión de los bárbaros apareció inicialmente una estructura estatal dualista, en la que germanos y latinos vivían según sus propias leyes e instituciones. La oposición entre minoría dominante y súbditos se agudizó a causa de un motivo más de continuos roces: casi todos los germanos eran arrianos, mientras que los antiguos súbditos del imperio se mantenían en la fe católica” [4].

El párrafo de Maier pone de manifiesto otras dos cuestiones: la dualidad de las instituciones romanas y bárbaras como cuerpos separados y la dualidad religiosa; ambas son importantes: la primera facilita la posibilidad de que (una vez derrotados) los germanos pueden ser eliminados por completo de la sociedad romana en la que están implantados, mientras que esta sociedad podrá seguir tranquilamente su existencia sin alteraciones especiales; la segunda sirve para remarcar la diferencia entre bárbaros y romanos y para conseguir el apoyo de la población romana -católica- a la intervención imperial.

La Renovatio Imperii y el factor religioso

Se ha dicho, a veces, que el argumento religioso fue el desencadenante de la intervención romano oriental (en otras palabras, que se trataba, en parte, de una guerra de religión), o que fue el elemento legitimador de la acción de Justiniano, en realidad ésto es rotundamente falso. La religión fue utilizada como apoyo pero no fue la causa, ni fue lo que aporto legitimidad, en este sentido es concluyente el De Magistratibus que dice que  “Fortuna puso remedio a la indolencia del pretérito poniendo al frente del Estado a Justiniano, el más previsor de todos los emperadores. Acostumbraba éste a pensar que pagaría con su propia vida cualquier descuido en su perpetua vigilancia del Imperio y en la necesidad de reconquistar todo lo que un día perteneciera a los romanos, perdido por la negligencia de los últimos emperadores...devolviendo a Roma lo que era de Roma” [5].

Aquí se habla de “reconquistar todo lo que un día perteneciera a los romanos” y de “devolver a Roma lo que era de Roma”, aquí no se habla para nada de religión sino de soberanía, de legitimidad política no de legitimidad religiosa; en cualquier caso la religión podrá ser un arma arrojadiza de la Renovatio Imperii pero no se encuentra en el origen de la misma. La diferenciación religiosa era fundamental entre bárbaros y romanos, pero era fundamental no por ser religiosa sino por ser una diferenciación y, precisamente, mientras exista ésta existe la posibilidad de una Renovatio Imperii

La política exterior de Justiniano y sus antecedents

Por otro lado, existen unos antecedentes claros en la política exterior del Imperio de Oriente que indican que la vía de la Renovatio Imperii es una vía preexistente en Constantinopla; en este sentido, baste indicar dos precedentes claros de esta política y que tienen lugar en el siglo V: el intento de León I de recuperar el África romana de manos de los vándalos en el año 468 (realizado, según las fuentes, con mayores medios que el ataque de Justiniano) y, también, el “envío” de Teodoríco y sus ostrogodos (en el 493) a Italia contra Odoacro a instancias del emperador Zenón.

En este sentido, se puede hablar de la existencia de dos tipos de políticas distintas a seguir por parte de Constantinopla respecto a los germanos: la de la intervención (postulada bajo León I, hasta  cierto punto por Zenón y seguida hasta sus últimos extremos por Justiniano), ya sea diplomática o militar; y la de la coexistencia pacífica (seguida por Anastasio y por Justino I, si bien este último ya da muestras de algunos rasgos intervencionistas); igualmente, se puede argüir -en contra de lo manifestado por P. Brown que considera que la Renovatio Imperii de Justiniano da la “espalda a los elementos tradicionalistas de Constantinopla” [6]y que es un medio para asentar “su amenazada posición con...inspirado oportunismo” [7]- que la política de Justiniano escoge una vía tradicional (de las dos posibles) de la política exterior imperial; no es la vía de sus inmediatos antecesores (Justino I y Anastasio I) pero sí lo es de los antecesores de éstos (Zenón y León I) y, en ese sentido, no fue el primero en caer “en la cuenta de los vastos recursos de un emperador romano oriental” [8]-como sugiere P. Brown-, éstos ya fueron utilizados a fondo por León I en el 468, si bien entonces con un resultado mucho peor -por lo que se refiere a la expedición militar- que el obtenido por Justiniano; por otra parte, el considerar a la Renovatio Imperii como un “inspirado oportunismo” no tiene un excesivo sentido, en primer lugar porque ese inspirado oportunismo esta a punto de costar el trono a su impulsor -pues es una de las causas de la insurrección de la Nika-, en segundo lugar porque interpretar que es posterior a la Nika -una respuesta, una “distracción” exterior- es olvidarse de toda la política fiscal de Juan de Capadocia -encaminada, ya, a financiar la Renovatio-, de la guerra con Persia y los acuerdos posteriores con ésta (para evitarse un “segundo frente”).

La Renovatio Imperii y sus presupuestos políticos

Los presupuestos ideológicos en los que se basa la Renovatio Imperii son esencialmente políticos, por encima de cualquier elemento religioso, de lo que se trata esencialmente es de la cuestión de la soberanía de Roma sobre lo que es de Roma, no una cuestión de catolicismo contra arrianismo; lo cual, no obstante, no impide una cierta utilización de lo religioso como elemento propagandístico imperial y como apoyo de lo político (pero nunca se utiliza lo político como instrumento de lo religioso).

El Estado se concibe -oficialmente, es decir, por el propio gobierno-  no como una teocracia sino como un organismo compuesto por dos elementos complementarios (lo político y lo religioso) pero no fundidos (lo que sí sería una teocracia).

Claramente hay dos elementos en la ideología oficial: el clero y la autoridad imperial (es decir, el Estado) y, además, en la visión justinianea la autoridad imperial esta por encima -de forma absoluta- del clero, esto se ve nítidamente en el siguiente fragmento de la Nouella de Justinianao: “Los  mayores dones de que goza el género humano son los que Dios le ha concedido de lo alto: el clero y la autoridad imperial. El primero atiende al servicio de los asuntos divinos, mientras que la otra está a la cabeza de los asuntos humanos, pero ambas proceden de una única y misma fuente y las dos concurren para ordenar la existencia humana. De manera que nada preocupara más al emperador que la dignidad y el cuidado moral del clero... Porque si el clero escapa por completo a la crítica y se muestra lleno de fe hacia Dios y la autoridad imperial, mientras ilumina justa y debidamente los asuntos públicos que le están confiados, habrá una feliz concordia que procurará a la humanidad todas las bendiciones” [9].

Las claves de este texto, de la actitud imperial que refleja, se encuentran en las frases “cuidado moral del clero” (por parte del emperador) y “el clero...lleno de fe hacia Dios y la autoridad imperial” (muy significativa, además, la jerarquía que se establece en esta frase: Dios y el emperador, por encima de la autoridad imperial sólo existe el mismo Dios, por encima de una forma de Estado sólo hay Dios), en resumen se trata de una clara muestra de lo que se ha denominado “cesaropapismo” [10]  imperial de Justiniano. En este texto, además, hay dos silencios clamorosos, se trata de la nula presencia de los conceptos “Senado y Pueblo de Roma”, es decir, la omisión consciente de las fuentes teóricas y últimas del poder imperial.

Evidentemente, Justiniano, trata de elevar su autoridad por encima de cualquier otra y anular cualquier fuente de contrapoder -ya sea civil o religioso-, para ésto precisa el apoyo del factor religioso -que justifica su primacía sobre el Senatus y el Populus-, su autoridad es la “deseada por Dios” y es un “don divino”, pero instaurando al mismo tiempo una clara jerarquía que coloca a ese factor religioso bajo el control del gobierno, bajo el control del emperador; la habilidad de Justiniano radica en que se apoya en la Iglesia pero no hipoteca su autoridad a ésta, por el contrario, siempre tiene claro que la fuente última de ese poder se encuentra al margen del propio cristianismo (precisamente en el populi romanii y en el senatus que olvida mencionar), en otras palabras: la autoridad imperial (la institución imperial) es un don divino (y ahí se apoya en la Iglesia) pero la fuente de ese poder no es divina sino jurídica (el Senado y el Pueblo), es decir, es divina la figura del emperador pero no la fuente de su poder.

Y la razón por la que no se manifiesta, oficialmente, esas fuentes del poder se encuentra... en que éstas no traten de ejercerlo (a la Iglesia se la puede mencionar, porque nunca creó el poder imperial en Roma y, en esa medida, no puede discutir el ejercicio de ese poder). Justiniano tiene muy presentes a la hora de redactar la Nouella (es decir, los anexos a las leyes y las nuevas disposiciones legislativas) los acontecimientos del reinado de Anastasio -cuando la facción Azul del hipódromo casi lo expulsa del trono al grito de “¡dad otro emperador a los romanos!” “¡dadnos otro emperador” dirigiéndose...al Senado- y también las circunstancias del acceso al trono de Justino I -cuando nuevamente desde el hipódromo se lanzan vítores al Senado  y se le incita a la acción: “¡Viva el Senado! ¡Que haga algo el Senado romano! ¿donde está nuestro emperador, que Dios nos ha dado para el ejército y para el pueblo?” [11]; es decir, el pueblo reclama el decidir sobre el “emperador que Dios le ha dado” presentado por el Senado (que, a diferencia del demos y las facciones del Hipódromo, era poco menos que decorativo), reclama para sí la capacidad última de otorgar la facultad de imperium- y, sobre todo, los sucesos de la Nika en los comienzos de su reinado (en los que, en su revolución, el demos arrastró a parte del Senado) y, por tanto, se preocupa de destacar por encima de cualquier otra su autoridad -la figura del emperador, su institución y elección, es divina, independientemente de la fuente jurídico-política de su poder- y de obviar cualquier referencia al Pueblo y al Senado.

Por otro lado, en el texto de la Nouella, aparece otro concepto clave en las motivaciones de Justiniano, se trata de la “humanidad” y del “género humano” que menciona el texto, ¿a que humanidad se refiere la Nouella? ¿sobre que humanidad tiene jurisdicción?, sin duda sobre los súbditos del Imperio, ello implica otra cosa: que fuera del Imperio no hay humanidad, hay bárbaros, e incluso en asuntos religiosos Justiniano intervendría de cara a la “única humanidad” que él entiende existente: sus súbditos; en consecuencia, incluso si se quiere ver una dimensión religiosa en la Renovatio Imperii, ésta iría siempre a remolque de la calidad de súbditos del Imperio de los habitantes en “beneficio” de los cuales  se interviene (la supuesta opresión, que en realidad y salvo posibles excepciones nunca fue tal- del catolicismo por el arrianismo).

Cualquier motivación religiosa (desde luego secundaria) en la intervención sólo es consecuencia de que se produce en un territorio del Imperio y sobre súbditos del Imperio (personas bajo la soberanía y protección de Justiniano); de hecho, cualquier opresión del catolicismo por el arrianismo fuera del Imperio no interesa al gobierno de Justiniano (no afecta a la “humanidad”) y esta idea -el considerar como “humanos” sólo a los habitantes del Imperio- es, en lo ideológico, absolutamente tradicionalista, se enmarca de lleno en el tradicionalismo romano.

Por todo ello -y pese al muy acendrado cristianismo ortodoxo de Justiniano- la Renovatio Imperii es, ante todo, un planteamiento político que responde a unas causas político-juridicas [12]concretas (la consideración de que el gobierno germánico vulnera la autorictas y la potestas imperial legítima en Occidente, vulnera la legitimidad y ésta es la causa jurídica por la que se interviene; vulnera también la integridad territorial de facto -que no de iure- del Imperio y ésta es la causa política por la que se interviene) que entran por completo dentro del ámbito de actuación de la “autoridad imperial” -el Estado- y no (o sólo muy marginalmente) de la del clero -la iglesia-.

Concepto de Imperium Romanum Christianum

Otra cuestión es que el Estado se conciba -por parte del gobierno imperial- como el mitificado Imperium Romanum Christianum de Teodosio e incluso de Constantino (del que no se ve, o no se quiere ver, su faceta de sincretismo religioso) y que este Estado se considere como la plasmación en la Tierra del orden político deseado e instituido por Dios pero, sin embargo, no deja de ser un orden “mundano” y terreno mientras el orden “divino” se encontraría en el cielo; en definitiva, por muy cristiano que sea, el orden que se expresa es esencialmente dual: Iglesia y Estado; unidos, sí, pero como elementos separados con personalidad propia, se trata de una suma no de una fusión.

De hecho, el mismo nombre de Imperium Romanum Christianum ya indica que se trata de un compuesto de elementos independientes: hay un Imperium (es decir, una autorictas concreta), que es a la vez Romanum (que pertenece a una entidad política concreta que lo crea: el Populi Romani) y Christianum (es decir, que la fuente que sustenta ese poder y, en ese sentido, participa del mismo es el cristianismo; pero éste sólo califica ese poder y lo apoya pero, en el fondo, no lo crea). Y, dentro de ese contexto, lo que motiva la Renovatio Imperii cae dentro del ámbito político de esa concepción dual, no dentro del ámbito religioso de la misma; en cierto modo, lo que se mueve tras la autoridad imperial -la fuente última que, jurídicamente, la crea- es el concepto de lex regia de imperium, según el cual el poder legítimo surge del pueblo (el concepto de imperium vendría de imperium romanorum que, a su vez, deriva del concepto de senatus populusque romanorum), no importa que ese poder se deposite en el emperador por alienatio, por abdicatio o por traslatio; ese poder, en cualquier caso nace o nació del pueblo (entendido como pueblo romano, que es el que concede la capacidad de imperium, es decir, el poder político legítimo de coerción), el que ese poder se transmita hereditariamente (por sangre, como pretende Justiniano) y con el beneplácito divino (por deseo divino) no anula su procedencia, su origen, que, en última instancia se encuentra al margen del propio cristianismo.

¿Renovatio Imperii o Recuperatio Imperii?
           
En la neorromanización impulsada por Justiniano (y en el propio emperador) existe una indudable voluntad por recuperar el pasado -en todas sus dimensiones- y en ese sentido la Renovatio Imperii de Justiniano es más bien una Recuperatio Imperii; resulta evidente el intento de Justiniano de recuperar ciertas formas del pasado -no sólo en lo territorial- incluso en la misma titulatura imperial: Justiniano añade a su nombre el de los pueblos bárbaros vencidos como hacían los emperadores y generales de los grandes días del Imperio; en ese sentido se puede citar, también, cierta iconografía (en medallones, etc.) que imita conscientemente el pasado romano, en ella, por ejemplo, se puede ver a Justiniano a caballo precedido de una Victoria alada a imitación de otras escenas similares de época de Constancio Cloro y de época de Constancio II [13].

En definitiva, existe también una voluntad en lo personal de imitar, de recuperar, el pasado, o mejor aún de presentar un mundo inmutable que persiste en el presente -de Justiniano- del mismo modo y con las mismas esencias que existía en los días del siglo II o del siglo IV; se trata, una vez más, de la idea de la Roma aeterna (aquí no como ciudad sino como Imperio, como forma de organización política) que persiste a través del tiempo y a través de la cual no pasa el tiempo.

F.G. Maier resume, muy claramente, este carácter de la política de Justiniano y de la Renovatio Imperii: “El credo político de Justiniano no se basaba exclusivamente en un concepto exagerado del carácter ilimitado del poder imperial, tal y como lo impuso totalmente en el Estado e incluso, parcialmente en la iglesia; la verdadera fuerza motriz de su actuación procedía de una idea política conservadora: la visión de la renovatio imperii, la restauración del Imperio ortodoxo que abarcaría todo el mundo mediterráneo y conservaría las formas tradicionales del poder, la fe y la cultura. De aquí surgirían los distintos objetivos de su política: reconquista de los antiguos límites del Imperio y restauración de la unidad religiosa de la Cristiandad; reorganización de la administración y la jurisdicción; recuperación financiera mediante una política económica enérgica; política de edificaciones grandiosas que documentara de forma ostensible la restauración del antiguo orden” [14], otra cosa es que los objetivos de esa política se cumplan -sin ir más lejos “la restauración del antiguo orden” conllevara la ruina económica en lugar de una recuperación financiera-. Igualmente, se puede citar una frase del propio Justiniano que resume a la perfección el espíritu de la Renovatio Imperii y, en consecuencia, de toda su política: “Restablecer lo antiguo en el Estado con un mayor esplendor” [15], ésta es realmente la clave de la ideología de Justiniano.

El coste económico de la política exterior

La Renovatio Imperii trae consigo unas determinadas consecuencias económicas, de hecho, la política fiscal de Juan de Capadocia -con medidas como la creación de nuevos impuestos, el incremento de los derechos de aduanas y el recorte del gasto público mediante la supresión de servicios- ya está orientada hacia su financiación, por otro lado no parece existir ninguna motivación económica como causa de la misma. En realidad ¿se puede pensar en una expansión imperialista con fines económicos hacia Occidente?

La respuesta a ésto parece más bien negativa que positiva. En principio el planteamiento de la Renovatio Imperii, políticamente hablando, no es de imperialismo (entendido como expansión hacia el exterior) sino de restauratio romani imperii, es decir de restauración de lo propio (y en ese sentido, ideológicamente, no hay imperialismo, pues Justiniano se limita -según su opinión- a recuperar lo que ya era suyo), en segundo lugar no hay tampoco motivo económico alguno que impulse la intervención: los mercados de Occidente no estaban en absoluto cerrados para Constantinopla por la presencia de los reinos germánicos, muy al contrario, es más que probable que las redes de comercio con Occidente y a larga distancia estuviesen -al menos parcialmente- en manos de mercaderes romano orientales -sirios, griegos, etc.-y que nada obstaculizaba en Occidente su labor; de hecho, su presencia esta documentada, como muestra el siguiente fragmento de las Vitas Sanctorum Patrum Emeritensium: “Finalmente durante muchos años felizmente disfrutando de una época feliz en compañía de su grey y viviendo con alegría en Dios, y floreciendo siempre lleno de virtudes, cierto día aconteció que de la región, de la que él mismo era oriundo, llegaron en naves desde Oriente unos mercaderes griegos y atracaron en el litoral de Hispania. Y cuando llegaron a la ciudad emeritense fueron al encuentro del obispo según su costumbre. Los cuales, tras haber sido recibidos con benevolencia por éste y tras haber regresado, al salir de su palacio, a la casa donde se hospedaban, al día siguiente le enviaron un regalillo en agradecimiento, llevándolo un niño de nombre Fidel, que con ellos había venido de su país con el fin de obtener un salario” [16], en este texto se ven claramente dos cosas, la primera es que los mercaderes orientales podían desarrollar libremente su labor en Occidente; la segunda es que no existe interferencia alguna por parte del poder real germánico ya que los mercaderes contactan sólo con la autoridad, en este caso eclesiástica, más importante de la ciudad: el obispo (en cierto modo resuelven el asunto “entre romanos”).  

La Renovatio Imperii no sólo no da beneficio económico alguno (ni al comienzo ni al final de la misma) sino que no se plantea tampoco desde esa perspectiva. Los medios económicos se usan por el gobierno de Constantinopla según la mentalidad tradicional de la aristocracia tardorromana: únicamente sirven para el mantenimiento del status y para el aumento del prestigio, sólo interesa la obtención de ingresos regulares para esto, al margen de cualquier búsqueda de beneficio en un sentido capitalista moderno [17], en este sentido Justiniano actúa como cualquier senador romano del siglo IV: utiliza sus recursos económicos en busca de prestigio y posición -para mantener el prestigio social que recibe y acrecentarlo, y con ello acrecentar su poder- y sólo le interesan para eso; incluso aceptando la tesis de P. Brown -de la Renovatio Imperii como un esfuerzo para apuntalarse en el trono- Justiniano busca obtener prestigio, gloria y poder con su intervención (ya sea en beneficio propio o en beneficio del Imperio) y es por ello que se fuerza la máquina económica del Estado sin ninguna consideración hacia dicha máquina.

De hecho las consecuencias económicas de la Renovatio Imperii son desastrosas para la Roma de Oriente: “Las guerras, los costos de las campañas de Occidente y la enorme actividad constructiva habían agotado personal y financieramente al Imperio. Esto exigió demandas impositivas más elevadas, que hicieron fracasar los intentos de reforma socio-política y provocaron una opresión fiscal. Al final del reinado de Justiniano se hizo sentir una nueva crisis financiera y una creciente insatisfacción política de los súbditos sobre cuya explotación y opresión se basaba el esplendor del renovado Imperio” [18], precisamente “el esplendor del renovado Imperio” es lo único que interesa a Justiniano, lo económico no es más que un medio para conseguirlo y, de hecho, toda la política económica del Imperio (tanto con Juan de Capadocia, con Focas o con Pedro Barsymès) se encuentra marcada y va a remolque de la Renovatio Imperii. Dentro del “esplendor del renovado Imperio” no cabe de hecho, puesto que chocan abiertamente con la “majestad imperial” y con su autoridad, las prerrogativas políticas que reclamaba el demos organizado en las facciones del hipódromo, ya que esas prerrogativas limitan el absolutismo imperial que Justiniano concibe como consustancial a la figura del emperador, esos roces políticos (que también se encuentran implícitos en los presupuestos ideológicos de la Renovatio Imperii) junto a la presión tributaria y los recortes sociales (fomentados por la acumulación de fondos destinados a financiar la Renovatio Imperii), se hallan en el origen de la insurrección de la Nika.


Jorge Romero Gil


Bibliografía

Brown, Peter, El mundo en la Antigüedad tardía, Ed. Taurus, Madrid, 1991.

Cuenca, L.A., Fernández, G., Elvira, M.A., Bádenas, P., El Bizancio de Justiniano, “Cuadernos de Historia 16”, núm. 282, Ed. Grupo 16, Madrid, 1985.

Lamb, Harold, Teodora y el emperador, Ed. Grijalbo, Barcelona, 1967

 Maier, F.G., Bizancio, “Historia Universal Siglo XXI”, vol. 13, Ed. Siglo XXI, Madrid, 1984.

Maier, F.G., Las transformaciones del mundo mediterráneo. Siglos III-VIII, “Historia Universal Siglo XXI”, vol. 9, Ed. Siglo XXI, Madrid, 1987.

Ullmann, Walter, Historia del pensamiento político en la Edad Media, Ed. Ariel, Barcelona, 1983.

Vilella, Josep, Gregorio Magno e Hispania,  en Gregorio Magno e il suo tempo, “Studia Ephemerides Augustianianum”, Ed. Institutum Patristicum Augustianianum, Roma , 1991, pág. 171

Weber, Max, La ética protestante y el espíritu del capitalismo, Ediciones Península, Barcelona, 1988.



[1] JORDANES, Getica, 28; citado por  Maier, F. G., Las transformaciones de mundo mediterráneo. Siglos III-VIII,  “Historia Universal Siglo XXI”, vol. 9, Ed. Siglo XXI, Madrid, 1987, pág. 179.
[2] Que puede desaparecer por la fusión de las aristocracias bárbaras y romanas, con un abandono de las señas exteriores de romanidad por parte de estqas últimas: “El rechazo del Imperio por parte de la aristocracia hispanorromana a partir del III Concilio de Toledo también se evidencia en la ausencia, a partir de esta fecha, de menciones de rango senatorial”.
VILELLA, Josep, Gregorio Magno e Hispania,  en Gregorio Magno e il suo tempo, “Studia Ephemerides Augustianianum”, Ed. Institutum Patristicum Augustianianum, Roma , 1991, pág. 171.
[3] BROWN, Peter, op. cit., pág. 150.
[4] MAIER, Franz Georg, Las transformaciones del mundo mediterráneo. Siglos III-VIII, “Historia Universal Siglo XXI”, vol. 9, Ed. Siglo XXI, Madrid, 1987, pág. 199.
[5] LIDO, Juan, De Magistratibus, III.5, extraido de El Bizancio de Justiniano, de L.A. Cuenca, G. Fernández , M. A. Elvira y P. Bádenas,  “Cuadernos de Historia 16”, núm. 282, Ed. Grupo 16, Madrid, 1985.
[6] Brown, Peter, op. cit., pág. 179.
[7] ibidem, pág. 182.
[8] ibidem, pág. 183.
[9] JUSTINIANO, Nouella, VI, extraido de El Bizancio de Justiniano, de L.A. Cuenca, G. Fernández, M.A. Elvira y P. Bádenas.
[10] En relación al cesaropapismo imperial, se puede ver una síntesis de esta idea en la obra de Walter Ullmann Historia del pensamiento político en la Edad Media, Ed. Ariel, Barcelona, 1983, pág. 45 a 53.
[11] PROCOPIO, La guerra persa, citado por H. Lamb en Teodora y el emperador, Ed. Grijalbo, Barcelona, 1967, pág. 31, a partir del texto manejado por A.A. Vasiliev en Justin the First: an Introduction to the Epoch of Justinian the Great, Ed. Harvard University Press, 1950.
[12] Estas causas se ven en el siguiente fragmento del De Magistratibus de Juan Lido: “Asimismo, desencadenó subita guerra contra los Vándalos, un pueblo germánico que controlaba Libia, y los venció en un par de meses, haciendo prisioneros a su rey Gelimer y a los notables de dicha nación, y obteniendo un enorme botín. Y como ésto le pareció poco, atacó a los ostrogodos, que habían desgajado Italia de la sagrada autoridad de Roma y deshonraban a los patricios romanos con la brutalidad de sus costumbres, y derrotó a Vitiges, su rey, devolviendo a Roma lo que era de Roma”. Juan Lido, De Magistratibus, III, 55, texto extraido de El Bizancio de Justiniano, de L.A. Cuenca, G. Fernández, M.A. Elvira y P. Bádenas.
[13] Estas imágenes aparecen en: El mundo de la Antigüedad tardía, de P. Brown, pág. 34 para Constancio Cloro, pág. 53 para Constancio II y pág. 183 para Justiniano.
[14] MAIER, Franz Georg, Bizancio, Historia Universal Siglo XXI, vol. 13, Ed. Siglo XXI, Madrid, 1984, pág. 44.
[15] JUSTINIANO, Nouella, 24.1; extraido de Maier, F.G., op. cit, pág. 65.
[16] GARVIN, J.N. Vitas Sanctorum Patrum Emeritensium, 4.3.1, 1946; cita extraida del dossier del curso “La Antigüedad tardía. Problemática historiográfica y nuevas perspectivas”, dirigido por Luis A. Garcia Moreno.
[17] Es decir, parafraseando a Max Weber, le falta el ethos característico del capitalismo moderno; dicho ethos se caracterizaría -en sentido weberiano- por una racionalización de la conducta sobre una base de la idea profesional, que incluiría la bondad del trabajo en sí mismo, los beneficios derivados de dicho trabajo deberían conservarse y reinvertirse (en sí mismos, en la consecución de un mayor beneficio), ya que -en un plano, en una ética ligada a conceptualizaciones puritano-calvinistas- la bondad del trabajo radica en su carácter ascético y marcadamente austero, una forma de conservar dicha austeridad -teóricamente- sería no dilapidar los beneficios de dicho trabajo en gastos “suntuarios o placenteros”, sino reducir el gasto a “las cosas necesarias” y reinvertir lo restante en la busqueda de mayor beneficio; así dicho beneficio se transformaría en algo sacer por sí mismo (siendo algo pecaminoso su “derroche”), igualmente, dentro de este plano, la conciencia profesional aparece ligada a este ethos particular: sería la misma idea la que vincularía la bondad del trabajo en sí mismo (de ahí la necesidad de que dicho trabajo se realice “a conciencia”, de la mejor forma posible) y la bondad ,también en sí mismo, del beneficio económico. Max Weber cita un texto de Benjamín Franklin como una especie de declaración de estos principios: “Piensa que el tiempo es dinero. El que puede ganar diariamente diez chelines con su trabajo y dedica a pasar la mitad del día, o a holgazanear en su cuarto, aun cuando sólo dedique seis peniques para sus diversiones, no ha de contar esto sólo, sino que en realidad ha gastado, o más bien derrochado, cinco chelines más.
                “Piensa que el crédito es dinero. Si alguien deja seguir en mis manos el dinero que le adeudo, me deja además su interés y todo cuanto puedo ganar con él durante ese tiempo. Se puede reunir así una suma considerable si un hombre tiene buen crédito y además sabe hacer buen uso de él.
                “Piensa que el dinero es fértil y reproductivo. El dinero puede producir dinero, la descendencia puede producir todavía más y así sucesivamente. Cinco chelines bien invertidos se convierten en seis, estos seis en siete, los cuales, a su vez, pueden convertirse en tres peniques, y así sucesivamente, hasta que el todo hace cien libras esterlinas. Cuanto más dinero hay, tanto más produce al ser invertido, de modo que el provecho aumenta rápidamente sin cesar. Quien mata una cerda, aniquila toda su descendencia, hasta el número mil. Quien malgasta una pieza de cinco chelines, asesina (!) todo cuanto hubiera podido producirse con ella: columnas enteras de libras esterlinas.
                “Piensa que, según el refrán, un buen pagador es dueño de la bolsa de cualquiera-. El que es conocido por pagar puntualmente en el tiempo prometido, puede recibir prestado en cualquier momento todo el dinero que sus amigos no necesitan.
                “A veces, esto es de gran utilidad. Aparte de la diligencia y la moderación, nada contribuye tanto a hacer progresar en la vida a un joven como la puntualidad y la justicia en todos sus negocios. Por eso, no retengas nunca el dinero recibido una hora más de lo que prometiste, para que el enojo de tu amigo no te cierre su bolsa para siempre.
                “Las más insignificantes acciones pueden influir sobre el crédito de un hombre, deben ser tenidas en cuenta por él. El golpear de un martillo sobre el yunque, oído por tu acreedor a las cinco de la mañana o a las ocho de la tarde, le deja contento para seis meses; pero si te ve en la mesa de billar u oye tu voz en la taberna, a la hora que tú debías estar trabajando, a la mañana siguiente te recordará tu deuda y exigirá su dinero antes de que tú puedas disponer de él.
                “Además, has de mostrar siempre que te acuerdas de tus deudas, has de procurar aparecer siempre como un hombre cuidadoso y honrado, con lo que tu crédito irá en aumento.
                “Guárdate de considerar como tuyo todo cuanto posees y vivr de acuerdo con esa idea. Muchas gentes que tienen crédito suelen caer en esta ilusión. Para preservarte de ese peligro, lleva cuenta de tus gastos e ingresos. Si te tomas la molestia de parar tu atención en estos detalles descubrirás cómo gastos increíblemente pequeños se convierten en gruesas sumas, y verás lo que hubieras podido ahorrar y lo que todavía puedes ahorrar en el futuro.
                “Por seis libras puedes tener el uso de cien, supuesto que seas un hombre de reconocida prudencia y honradez. Quien malgasta inútilmente a diario solo un céntimo, derrocha seis libras al cabo del año, que constituyen el precio del uso de cien. El que disipa diariamente una parte de su tiempo por valor de un céntimo (aun cuando esto sólo suponga un par de minutos), pierde, día con otro, el privilegio de utilizar anualmente cien libras. Quien dilapida vanamente un tiempo por valor de cinco chelines, pierde cinco chelines, y tanto valdría que los hubiese arrojado al mar. Quien pierde cinco chelines, no sólo pierde esa suma, sino todo cuanto hubiese podido ganar con ella aplicándola a la industria, lo que representa una cantidad considerable en la vida de un joven que llega a edad avanzada”. (citado en La ética protestante y el  espíritu del capitalismo, de Max Weber, Ediciones Península, Barcelona, 1988, pág. 42-44).
                Nada puede estar más en contradicción con la concepción económica de la sociedad tardorromana -y de la aristocracia tardorromana- que el texo anterior; por ejemplo, para la aristocracia senatorial la principal utilidad de su patrimonio radica en el mantenimiento de su prestigo (su objetivo es político-social), dentro de esa idea se precisa, naturalmente, un ingente patrimonio, pero no por su bondad en sí mismo sino por su utilidad (en ese sentido es “indispensable”, para un senador, el mantenimiento de lujosas domus, ya sean urbanas ya sean rústicas; porque esto forma parte fundamental de otras de sus señas de identidad : el otium) y no existía noble o senador que no se enorgulleciese (y, en consecuencia proclamase) de sus gastos suntuarios (completamente blasfemos en una mentalidad como la expresad por Franklin); por ejemplo, Símmaco gasta una fortuna en juegos públicos para celebrar la pretura de su hijo Memnico -porque es una forma de celebrar su dignidad con el populus, de demostrar su posición y prestigio-, se enorgullece de ello y lo proclama abiertamente en sus epístolas. En ese sentido, el gobierno imperial participa de esa mentalidad: no importa en absoluto que la Gloria y la Pompa dejen al Estado al borde de la ruina, lo que importa es esa Gloria y esa Pompa; así la forma externa del Estado (la apariencia), de la sociedad, en todo, deviene en algo tan importante como su fondo; de hecho, en la práctica se transmuta en fondo, se fusiona con él.
[18] MAIER, Franz Georg, op. cit, pág. 65.



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